Ciertamente resulta extraño, sorpredente y halagador recibir algo escrito a mano. Intento explicarme.
Al acudir al despacho esta tarde, tras un par de días fuera, y recoger alguna documentación de trabajo para este fin de semana, he abierto una carta dirigida a mí que una compañera del equipo había dejado encima del portátil de mi mesa.
Es verdad que normalemte recibo cartas en las que te envían invitaciones a eventos o alguna acción de marketing directo, vamos, lo normal. Pero ésta tenía algo especial, mi nombre y el del remitente escrito a mano (cuando lo normal es que esté escrito sobre una pegatina) y un grosor considerable. Era el curriculum vitae de un periodista, con un documento redactado usando un procesador de textos, pero con una carta personal manuscrita.
Cuando hace tiempo leí cierta documentación sobre tendencias para los próximos años (no tengo acceso ahora al documento, pero lo adjuntaré en una futura actualización), reconozco que hubo una que me llamó especialmente la atención: la vuelta a la correspondencia manuscrita, siendo ésta definida por cierta consideración del remitente hacia su futuro lector. Se considera un lujo, quizá por el tiempo empleado, pero para mí también por la dedicación en expresarte cómo eres, a través de la escritura. Ser a través de tus trazos, del roce de la pluma en el papel, en lugar de con el uso de bits, unos y ceros, o como se diga :-).
Pero ahí no queda la cosa, resulta que hace un par de semanas recibimos de una colaboradora la maqueta para la publicación de un folleto y adjuntas iban las anotaciones en otro documento escrito a mano. No un email haciendo referencia al paquete enviado o un papel en word impreso, no, manuscritas.
Y por último, al menos por ahora, el detalle de una compañera cuando durante un viaje a Londres con un cliente el pasado mayo nos envió desde allí una postal. ¿Sintió que nos apreciaba más si, en vez de mandarnos emails desde allí, nos recordaba que todavía podía perder algo de tiempo en nosotros comprando una postal, escribiendo una dedicatoria, pegando un sello, buscando un buzón y esperando una sonrisa cómplice al recibirla en la oficina? Olvido un pequeño detalle de esta anécdota, la postal nos llegó hace apenas un par de días. Dos meses de viaje. Poco práctico, pero llegó, una idea romántica ¿verdad?
Al acudir al despacho esta tarde, tras un par de días fuera, y recoger alguna documentación de trabajo para este fin de semana, he abierto una carta dirigida a mí que una compañera del equipo había dejado encima del portátil de mi mesa.
Es verdad que normalemte recibo cartas en las que te envían invitaciones a eventos o alguna acción de marketing directo, vamos, lo normal. Pero ésta tenía algo especial, mi nombre y el del remitente escrito a mano (cuando lo normal es que esté escrito sobre una pegatina) y un grosor considerable. Era el curriculum vitae de un periodista, con un documento redactado usando un procesador de textos, pero con una carta personal manuscrita.
Cuando hace tiempo leí cierta documentación sobre tendencias para los próximos años (no tengo acceso ahora al documento, pero lo adjuntaré en una futura actualización), reconozco que hubo una que me llamó especialmente la atención: la vuelta a la correspondencia manuscrita, siendo ésta definida por cierta consideración del remitente hacia su futuro lector. Se considera un lujo, quizá por el tiempo empleado, pero para mí también por la dedicación en expresarte cómo eres, a través de la escritura. Ser a través de tus trazos, del roce de la pluma en el papel, en lugar de con el uso de bits, unos y ceros, o como se diga :-).
Pero ahí no queda la cosa, resulta que hace un par de semanas recibimos de una colaboradora la maqueta para la publicación de un folleto y adjuntas iban las anotaciones en otro documento escrito a mano. No un email haciendo referencia al paquete enviado o un papel en word impreso, no, manuscritas.
Y por último, al menos por ahora, el detalle de una compañera cuando durante un viaje a Londres con un cliente el pasado mayo nos envió desde allí una postal. ¿Sintió que nos apreciaba más si, en vez de mandarnos emails desde allí, nos recordaba que todavía podía perder algo de tiempo en nosotros comprando una postal, escribiendo una dedicatoria, pegando un sello, buscando un buzón y esperando una sonrisa cómplice al recibirla en la oficina? Olvido un pequeño detalle de esta anécdota, la postal nos llegó hace apenas un par de días. Dos meses de viaje. Poco práctico, pero llegó, una idea romántica ¿verdad?
Me continúa emocionando la idea de poder utilizar un poco de tiempo en los demás, sobre todo cuando no se tiene y es, por ello, tan valioso
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ResponderEliminarTienes razón Antonio, normalmente se suele cumplir la idea de que se suele recibir más de lo que se da. Cuando dedicas tiempo a las personas, éstas suelen recompensar con creces "la inversión".
ResponderEliminarGracias por tu comentario
C
Hoy en día recibir una carta o una breve nota manuscrita es puro lowxury.
ResponderEliminarDiana
Hace poco fui a Madrid a ver una obra que se llamaba 'Espinete no existe', todo una paradoia a nuestra tan añorable infancia... y sí, en aquel entonces éramos más puros, más detallistas, más humanos, más entrañables, más humildes y más cercanos.
ResponderEliminar¡Qué bonito es ver que aún queda algo de Espinete en nosotros y que siempre estará vivo!
Gracias por vuestras aportaciones Di y Rach
ResponderEliminarC